Volvemos a tierra
Tras la divertida «noche de la cucaracha», nos levantamos con el objetivo de ir de Carabane a Oussouye.
Desayunamos y cogimos la piragua para dirigirnos a Elenkine. Mientras esperábamos a nuestro coche, Joan nos estuvo enseñando el pequeño pueblo, atestado de gente. Allí se encontraba un puerto pesquero bastante importante de la zona. El olor a pescado podrido era nauseabundo pero como ya estamos más o menos acostumbrados, lo soportamos con bastante dignidad. El pueblo en sí no tiene mucho que ver.
Bounhimbane y su ancla fetiche
Ya subidos en el coche nos dirigimos dirección Oussouye. De camino, visitamos la aldea de Bounhimbane. Allí es posible observar un curioso fetiche: ¡una ancla!. ¿Cómo llegaría ese ancla hasta esta aldea en mitad del bosque? nos preguntamos. Bueno nosotros y mucha gente cuando la ve allí pero no se encuentra ninguna explicación mínimamente coherente pero lo más lógico es que procediera con alguna crecida muy importante del río de algún barco hundido, no sé… Esta ancla se inclina hacia un lado u otro de la aldea cuando hay un nacimiento, muerte o acontecimiento importante. Nos quedamos de piedra.
Además pudimos ver las típicas casas de adobe de la región con sus tejados de paja, fetiches de todo tipo (los de cuernos de animales los más frecuentes) y algo muy típico de este país: las luchas. Se trata de peleas con sus normas que los senegaleses practican desde muy jóvenes y a las cuales son muy aficionados. Nosotros pudimos ver a un grupos de niños «peleando».
Oussouye y las bicis
Seguimos nuestra ruta hasta Oussouye, pronunciado «usuy» en la lengua local. Se trata de un pueblo importante de la zona formado por distintas casas muy diseminadas por el bosque. Nos dirigimos al campamento que en este caso, era un edificio de 2 plantas con ¡¡¡agua corriente!!!. Casi nos entra un yuyu cuando lo vemos, jajaja.
Después de lo de la cucaracha de la noche anterior, estábamos algo más sensibles con el tema bichos y a Anna casi le da un ataque en la ducha al ver una supuesta araña. Se trataba de una adhesivo que habían puesto en la ducha, no sabemos muy bien con que finalidad, jajajaja.
Comimos y descansamos un rato (aquí la temperatura también daba un respiro). Ya con el sol más bajo, nos reunimos con Joan y nos fuimos a recoger unas bicicletas para recoger los alrededores.
La visita, de unos 20 km, fue brutal. Joan es una persona muy abierta y al hablar el idioma local conecta con la gente enseguida. Estuvimos visitando varias casas de la zona y la gente nos explicaba sus costumbres y se mostraban muy abiertos. Entre casa y casa atravesábamos bosques o cultivos. Como no también tuvimos la oportunidad de ver fetiches y los tambores que, como ya hemos contado utilizan para comunicarse entre aldeas. La verdad es que viven como hace cientos de años pero se les ve felices.
Tras la visitas, ducha con la «araña», cena y a dormir…zzzz