Nos levantamos y cargamos el 4×4 con todas las mochilas. Era muy temprano. La ruta a realizar era larga. 

Al poco de salir de Lhasa empezaron las curvas y empezamos a ascender de forma abrupta. Al cabo de un buen rato el paisaje empezaba a ser lunar, sin vegetación, y el cielo adquiría un azul todavía más especial que en Lhasa, sí eso era posible. Las fotos
que íbamos haciendo eran increíbles. En el camino íbamos viendo por todos lados las famosas banderas de rezo de colores tibetanas. Hay de 5 colores: azul, que simboliza el cielo, blanco, las nubes, rojo, el fuego, verde, el agua y amarillo, la tierra.

De esta manera llegamos al paso de Kambala, a 4700 metros de altitud. Paramos a tomar fotos antes y después del paso. Antes pudimos contemplar todo lo que habíamos subido. Del otro un magnífico lago, el Yamdrok Tso, con el agua de una tonalidad azul que parecía de Photoshop. Muy bonito. Es curioso ver que en cada «parada» del camino siempre hay un lugareño con un precioso perro de alguna raza de estos lares, ofreciéndoselo para que el turista se haga fotos con él a cambio de dinero.

Seguimos nuestro camino y volvimos a ascender, aún más, hasta llegar al Karola pass a 5039 metros de altitud. Aquí paramos para las pertinentes fotos con las banderas tibetanas de fondo. Además pudimos contemplar aquí el increíble glaciar del mismo nombre. Impresionante, sobre todo por lo cercano que lo puedes ver. Nos subimos al coche y seguimos nuestra ruta bajando de altitud. Al cabo de unos kilómetros volvimos a ascender hasta el Simila Pass a 4.350 metros de altitud. A partir de ahí, empiezó un paisaje diferente a lo que habíamos visto. Era menos espectacular, más normal pero también tenía su encanto. Pudimos observar la vida del campo de la gente de aquí, sacando a pastar a los yaks. De camino paramos a visitar el monasterio de Gyanste.

Tras una larga jornada, llegamos finalmente a Shigatse, a 3.860 metros. El hotel donde nos alojamos estaba muy bien así que aprovechamos para recuperarnos. Cenamos justo al lado en un restaurante familiar muy pequeño. Éramos los únicos comensales y la familia alucinó al vernos entrar. Nos hicimos fotos y nos echamos unas risas pese a que no nos entendíamos. Y además la cena increíble 😉