Nos despertamos temprano el martes para hacer las cosas con tiempo: era el día que salíamos hacia el Tíbet. Compramos algún aprovisionamiento para el tren y llegamos a la estación cerca de 2 horas antes de la salida. El tren a Lhasa tiene una puerta especial. Ya para entrar, nos pidieron, además de los pasaportes, el permiso del Tíbet pero tuvimos que esperar a una especie de encargado para que lo revisara. Pasamos entonces a la sala de espera. Media hora antes de la salida, embarcamos. De nuevo,
antes de subir al vagón, nos pidieron el permiso y pasaportes. Ya estábamos en el tren. Al pedir los billetes de tren tarde, sólo quedaban plazas de ‘soft sleeper’ (4 camas por cabina) pero viendo el tren, no nos importó pese a pagar casi el doble. Nos llamó la atención las salidas de oxígeno de la cabina, por el tema de la altitud, aunque ya sabíamos de su existencia.
TIBET (CAPÍTULO I) VIAJE EN EL TRANSTIBETANO

Salimos puntuales a las 12:05…parecía que eso de entrar en el Tíbet se iba a cumplir. El paisaje las primeras horas es más bien normal. Una vez pasado Xining, el tren empieza a subir bastante y se empieza a notar en los oídos y posteriormente en la cabeza. A media tarde, ya empezamos a ver paisajes muy bonitos: llanuras a gran altitud con la presencia de rebaños de yaks y grandes montañas de fondo. La vista lo agradecía pero la cabeza no mucho. Tuvimos la oportunidad de conocer a un chico americano de origen vietnamita, muy majo. Nos reímos mucho cuando nos contaba que, por su aspecto, la gente en el tren le hablaba en chino y él no entendía nada. Hicimos buenas migas. Nos fuimos a dormir temprano.
A mitad de noche, coincidiendo con el paso más alto de el transtibetano, más de 5.000 metros, nos despertamos. No podíamos dormir porque se hacía difícil respirar por la falta de oxígeno y además la garganta se secaba mucho. Todo eso a pesar del oxígeno que se emite en la cabina. A la 8 de la mañana ya estábamos viendo el paisaje a través de la ventana y aprovechando para hacer fotos. La luz del cielo era impresionante y las fotos salían preciosas. El tren fue rodando en torno a los 4.000 metros de media. Y el dolor de cabeza iba y venía a su antojo, lo cual no nos impedía disfrutar del paisaje. Yaks, lagos helados, montañas nevadas se iban transcurriendo…la gente en el tren en general también muy maja. Muchos se querían hacer fotos con nosotros. Y también había monjes. A estos éramos nosotros los que queríamos hacerles la foto. Como curiosidad comentaros que a lo largo de la vía, una vez llegas al Tíbet, hay militares cada kilómetro, aproximadamente que, cuando pasa el tren, se cuadran y hacen el saludo militar. Al principio creíamos que eran estatuas…pero no: al pasar el tren de largo se movían 😉
Sobre las 2 de la tarde llegamos a Lhasa, a 3.700 metros de altitud.